“La concepción determina la personalidad.”
lunes, 30 de abril de 2007
Ciencia y personalidad jurídica civil
No es un brindis al sol. Existen textos nacionales e internacionales que acogen esta tesis. Cito, por ejemplo, el Pacto de San José de Costa Rica de 1969 (también llamada Convención Interamericana de Derechos Humanos), cuyo art. 4 (1) afirma: “Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente."
Los Contrarreaccionarios
El progresismo pretendía una auténtica emancipación pero se ha convertido en coartada perfecta de proyectos en ocasiones criminales. La utopía futurista y científica del siglo XIX del paraíso en la tierra, irreal e impracticable, ha falsificado la realidad del hombre y de su estar en este mundo, y ha servido de justificación para salvajes totalitarismos como el estalinista.
Libro sumamente recomendable. Esperamos que pronto sea traducido a nuestra lengua.
Razón y sabiduría
Hace algo más de un mes, presencié unas jornadas en las que dos conocidos filósofos repetían incesantemente la palabra “razón” en un eterno canto a lo supremo de la existencia humana. En ningún momento se habló de sabiduría, ni siquiera de inteligencia. Este es el problema de la filosofía posmoderna: ha renunciado a la verdad, y por tanto ha traicionado su propia esencia. No es heredera de ninguna tradición filosófica, porque actualmente se filosofa por afán de poder, cuando no simplemente por ejercer una profesión. Pero, ¿qué ha sido del abismo de la realidad que asustaba al mismo Platón al asomarse a las profundidades del ser? La renuncia a la Metafísica es un síntoma más que evidente de la renuncia a la reina del conocimiento filosófico. Sin Metafísica, ¿qué filosofía nos queda? Solo levanta interés lo que se refiera al modo pragmático de ordenar la sociedad, para evitar evidentes indeseables como la violencia o el delito. Equivocaron sus cuidados, como el que pretendía que la planta creciera cuidando sus hojas, sin alimentar su raíz. Citan los clásicos, a conveniencia, pero no se los creen, ni sus metas, ni su espíritu. Secuestran el lenguaje filosófico y lo retuercen, lo amputan y experimentan con espíritu del médico nazi que poco respeto siente por el lenguaje y la realidad.
El ahondamiento y el cultivo de la experiencia aniquiladora es satánicamente atractiva para una parte menor pero no desdeñable de la sociedad, y desafortunadamente, cuenta con los recursos para estar presente en el poder y las instituciones.
Solamente recuperando la filosofía auténtica, el saber clásico que creía en la sabiduría y amaba la verdad, puede permitir rectificar una trayectoria social que encierra en su modo de proceder el principio de su fin.
martes, 24 de abril de 2007
A propósito del ciudadano simio
Claro está que en un contexto en el que el Estado ofrece como único alimento intelectual a sus ciudadanos las verdulerías de espectáculos teledirigidos –nos han convertido en vegetarianos mentales-, y el palo o el ostracismo a quien busca la verdad con honradez, no resulta inexplicable el surgimiento del amateur del disparate. Lo peor del caso es que, además de comenzar a profesionalizarse la actividad, ésta se realiza... ¡sin pretensión jocosa! Los profesionales de la risa deberían demandar a tales indeseables por desnaturalizar su loable servicio al bienestar mental de todos nosotros.
Al tiempo que nos recrean la vista con el espectáculo, se complementa la representación teatral con un mantra democrático de fondo, repetido hasta 33 veces: tolerancia y libertad, progreso e igualdad; tolerancia y libertad, progreso e igualdad...Una y otra vez, como viejas desdentadas, repiten sin creérselo estas palabras, autogestionándose e hipnotizando a la masa que simplemente no es ya capaz de discernir las manipulaciones que el hipnotizador de turno opera sobre ella.
¿Es de extrañar, entonces, que surjan ideas tan peregrinas como la mencionada? En absoluto. Cuando en tierra ignorante cae la semilla de la estupidez, ésta puede sin duda florecer. Si regamos la ignorancia con un buen caudal de sensibilidad, se desarrollará la planta interior del “¿por qué no?”, que más de un ciudadano cobijará al escuchar la turbia propuesta infrahumana. Sin referentes culturales firmes, no toda mente, dejada como botella en el océano, llega a buen fin en la búsqueda de la verdad. Demasiados tiburones en el entorno, demasiado sol sin coca cola que espante las calorías.
Y entre la carcajada y la indignación, me pregunto cuál será la respuesta humana más apropiada. Como no puede tomarse en serio, simplemente el desencaje mandibular. Pero tras ello, recuperada la conciencia, amanece la indignación al comprobar que los mismos que la sostienen son los que “científicamente” niegan la condición de personas a los niños no nacidos y sus derechos correspondientes. O sea, poco más que un paquete de células humanas vivas -al menos de momento, no se atreven a negar que son humanas-.
Los perjeñadores de tal mala bromita deberían disculparse ante la sociedad española, que de una vez por todas, dice ¡basta ya! a lo que es una provocación a nuestras inteligencias. Porque tengo la convicción de que este juego malabar y otros organizados por algunos altos decisores del Estado –dentro y detrás de él-, buscan el entretenimientos y distracciones para permitir el “descanso” de nuestras mentes –tan ocupadas en ingeniárselas para poder pagar la hipoteca , cuidar a nuestros mayores, suplir las carencias formativas de nuestros hijos, o crear espacios de libertad educativa real-, al tiempo que nos liberan de decidir sobre el modelo social y vital que queremos para nosotros y nuestro hijos. Tanto altruismo no puede ser bueno. Incluso las sobredosis de agua pasan factura.
Esos cualificados decisores, iluminados e iniciados en saberes a los que el resto de bípedos parece que no tenemos acceso, pretenden la perpetua paz del ignorante feliz. Está claro que nuestros tutores mentales no aguantan nuestra emancipación (de ellos, claro está). Continúan hablando del pasado, de las luces –nunca de las sombras- de épocas revolucionarias, de la necesidad de avanzar, aunque el abismo sea lo que tengamos enfrente y nos dirijamos al suicidio social colectivo.
No es por azar que tales iluminados hayan comenzado desmontando –o más finamente, deconstruyendo- España, como realidad histórica y proyecto común. No existe Isabel la Católica –sí Carlos III-, y mucho menos la Reconquista –¡menudo atentado contra la alianza de civilizaciones!-, Los conquistadores se encontraron con una civilización tan avanzada que las Universidades que se fundaron en la América española sobraban –las primeras, la de San Marcos de Lima y la de Santo Tomás de Santo Domingo.- En fin, que mal que pese a quien bostece, España no se entiende sin la religión, pero no cualquier religión, sino la más molesta y carca de todas las existentes, a saber, la que mantiene una institución pétrea y corrupta, dominada por el formalismo y las apariencias: efectivamente, la religión católica, con su Papa a la cabeza -se desea el olvido de las Cáritas, misioneros, monjas, seglares, fieles volcados en el cuidado de los más débiles, y los desechados por todos; a cientos de miles habría que contar-. Pero eso es el pasado...el futuro puede ser otro: desmembrar España es diluir el poder de su Historia en su futuro, de modo que, reducir la unidad a 17 partes es más que tentador para quien quiera dominar el conjunto. Cortada España en juliana, la receta pide calentar las partes por separado, hasta que surja un mousse cremoso y suave, fácilmente manipulable.
Para quien quiera oír y tener criterio propio le propongo reflexionar sobre esta tesis: la ruptura y disolución de la nación español pasa por la reforma constitucional de facto que genera 17 mini-entidades, en las que resultaría más fácil romper la vinculación cultural e histórica del catolicismo con sus ciudadanos y conquistar el terreno ideológico dejado por el vacío religioso. Este es el medio elegido por los decisores iluminados que optan por someter a la ciudadanía y modelar sus ideas y creencias –a su imagen y semejanza-, despojándoles de hecho de toda libertad de pensamiento, conciencia y religión que no sea la que ellos impongan. Como el filonazi Henry Ford, del que se cuenta que ante la pregunta sobre el color del coche que sus clientes podían elegir, respondía con: “el que ellos deseen, mientras sea negro”. Así de negro es un posible futuro ideológico monopolístico, más cercano al descrito por Huxley que al propuesto por Cristo. Pensamiento único –el suyo-, y el resto, mejor que no piense, que no exista –o buscar su olvido social, como si no existiera-.
Quien piense que se trata de especulaciones, que vea el camino seguido en el estatuto catalán, la madre de todos los estatutos –mater semper certa est-. Sin minimizar la importancia que tiene el debate sobre el uso del término nación en el mismo, lo cierto es que no menos importante –a mi juicio más definitivo sobre la conciencia de sus destinatarios- es el contenido relativo a los derechos de los ciudadanos y las potestades del poder público, del que apenas se habla en los medios. Prestidigitación: atraer la atención donde no está la verdadera acción que dejaría en evidencia el juego falso.
La idea simiesca no es, desgraciadamente así lo creo, una mera grotesca estupidez o extravagancia, sino, más bien, otro un nuevo juego de prestidigitación. Mientras nuestros ojos y mentes son atraídas por estas estupideces, nos están metiendo la mano en el alma, sin que nos demos cuenta.
lunes, 23 de abril de 2007
Educación para la ciudadanía (EpC)
No suena mal, la verdad, que en una sociedad con tantos problemas de rendimiento escolar, de excesos cerveceros, botellones y pastis coloradas, el gobierno piense que hay que educar a los chicos para que sean buenos ciudadanos. Las mentes gubernamentales han diseñado varias asignaturas de obligada implantación en primaria y secundaria, todas ellas evaluables, que van a ir incorporándose a los planes de estudio autonómicos progresivamente. Pero, ¿qué hay detrás del seductor nombre que engloba dichas disciplinas? Si leemos las directrices básicas y el desarrollo que autonomías como Andalucía están dando a aquéllas, creo que podemos tirarnos del pelo, de la lengua, o de cualquier otra parte menos púdica, al comprobar que quieren adoctrinar a nuestros infantes y adolescentes. Sí, adoctrinar. Y tal riesgo no es un análisis ideológico porque tal riesgo ha sido detectado por el Dictamen del Consejo de Estado.
A pesar del nombre, los contenidos son meridianos: se trata de una ideología concreta, que renueva postulados neomarxistas, los agita con jugos freudianos, dándoles un cierto y sabroso toque relativista. No hablan de la verdad, el bien, la justicia y de su carácter universal, sino de que, justamente, cual Pilatos, ante tales realidades solamente cabría preguntar: pero...¿qué es la verdad?
En definitiva, palabras aceptables y contenidos inaceptables: contenidos de apariencia bondadosa y positiva que esconden una moral relativista, una negación de la existencia de la verdad y el bien. Es un canto a la omnipotencia moral del niño o joven, a los que se les inculca un modo de entender la realidad donde Dios parece no tener hueco. Decía Francis Bacon, que un poco de Filosofía inclina la mente del hombre al ateísmo, pero profundizar en ella conduce a la religión. Un poco de –mala y facilona- filosofía que obedece al llamado “pensamiento débil” de la postmodernidad, es el alimento espiritual que quieren forzosamente dar de comer a nuestros niños y adolescentes mediante dichas asignaturas. Claro que el valor del esfuerzo y de la adquisición de las virtudes puede llegar a ser impopular: pan y circo han sido siempre una buena fórmula para el populacho. Pero, ¿y después? No parecen pensar nuestros actuales gobernantes en el futuro personal, familiar y profesional de estos menores que van a ser víctimas de los arrebatos jacobinos de ZP. Solamente les interesa el poder a cualquier precio, aunque ello vaya en detrimento de la ciudadanía.
La coartada europea es fácil recurso que, parece, deja sin argumentos a los oponentes a la EpC. Pero si examinamos el documento de la Comisión Europea sobre la situación en los países comunitarios de dicha asignatura, sacaremos una clarísima conclusión: no existe un modelo único, ni en contenidos, ni en método, ni en sistema de valoración, ni en los materiales, ni en la duración, de la llamada EpC. El documento está disponible en español:
http://www.eurydice.org/portal/page/portal/Eurydice/showPresentation?pubid=055EN
La EpC no es la solución ni en el fondo ni en la forma. Constituye, además, una indudable vulneración del derecho de los padres a la educación de sus hijos y el deber de neutralidad del Estado (arts. 27.3 y 16.3 de la Constitución española) ya que impone una concreta moral de Estado, usurpa la exclusiva competencia de los padres en la educación moral de sus hijos y crea futuros ciudadanos fácilmente manipulables, al introducir la suprema autonomía moral de los hijos menores respecto de los padres.
Ante tales atropellos, y a la vista de la falta de diálogo ministerial, solamente están dejando una salida a las personas honradas, conscientes de sus derechos: la objeción de conciencia de padres, alumnos menores con madurez suficiente, centros educativos, y en el caso de los profesores, la invocación de su libertad de cátedra. Seguirán estando dentro de la legalidad, y al mismo tiempo, dejarán en evidencia la ilegalidad suprema de la conducta impositiva de un gobierno dispuesto a romper la Constitución, el consenso social y la familia.
La Constitución de 1978 como obstáculo: programa de un sabotaje
No todo cambio sustancial es revolucionario. Revolución es discontinuidad, ruptura, fractura violenta (y en ocasiones también cruenta). La transición española y su fruto primordial, la Constitución de 1978, no fue, en tal sentido, una revolución, a diferencia de la Constitución de 1931, que supuso la plasmación jurídica de una violenta ruptura institucional, que poco tiempo después llegaría a ser cruenta.
Cierto socialismo iluminado español –en connivencia con nacionalismos radicales- ha demostrado recientemente un inusitado y llamativo desprecio por la Constitución de 1978, de intensidad similar al entusiasmo desbordante, del que existe constancia, que le embargó tras la aprobación de la Constitución republicana. Surge casi inmediatamente la pregunta de cómo es posible tanto interés en la defensa de una Constitución –la del 31, de la que solo se mencionan sus bondades, sin apenas hablar de sus tropelías jurídicas atentatorias de las libertades más primarias- y tanto desdén por uno de los mayores logros sociales de la reciente Historia de la convivencia en España, la Constitución de 1978.
A mi juicio, no es, desde luego, el carácter monárquico de nuestro actual sistema político –algo menor para dichos iluminados, y en todo caso, tolerable mientras el monarca no se oponga a sus pretensiones- y su confesada simpatía por la república. Tampoco hemos de buscar el motivo en el modelo de distribución del poder, especialmente entre la Administración General y la autonómica, que ha buscado un cierto reconocimiento de las diversidades en el ámbito político. El sabotaje de la Constitución del 78 desde el propio gobierno coincide, en sus motivaciones, con el intento de revolución institucional que supuso la instauración de la Constitución republicana. En 1931 lo verdaderamente revolucionario, más que la instauración del sistema republicano, fue el establecimiento de un sistema que permitía al nuevo Estado laico recuperar el control de las conciencias, aplastando la enseñanza católica (prohibición constitucional de los jesuitas, y abrogación de la libertad de enseñanza del resto de órdenes religiosas), y en general, la presencia pública de la religión. En definitiva, apropiarse indebidamente del espacio público para instruir a los españoles con una nueva doctrina que tan buenos resultados había ya dado en otros países para su total sometimiento al sistema, eso sí, bajo el eslogan democrático y la bandera de la libertad. El resultado de tal intento de arrinconamiento de la Iglesia y de sus fieles –por otro lado, una mayoría social- y la pretensión de imposición violenta de su doctrina dio lugar a una interminable lista de arbitrariedades, desmanes e injusticias, extirpadas prácticamente de la conciencia histórica de los españoles.
La Constitución del 78 cristalizó el reconocimiento de los derechos de todos –personas físicas y jurídicas- en condiciones de igualdad, con independencia de su religión, al mismo tiempo que reconoció la importancia social e histórica de la Iglesia Católica –especialmente respecto de otras minoritarias-. Tal expresión de una realidad social indudable –que aún se mantiene a pesar de la propaganda en contrario- elevada a norma jurídica básica es sustancialmente contraria al programa revolucionario del socialismo iluminado. Plantearse un salto hacia delante en la construcción del nuevo paraíso mediante la reforma constitucional resultaba imposible: difícilmente la mayoría de los españoles mostrarían su acuerdo para tal proyecto. Si el Derecho no es posible, acudamos al hecho consumado. Hay que reconocer que su audacia para apelar al hecho consumado como método de ruptura e imposición no tiene límites. Me pregunto, eso sí, con qué apoyos fácticos contarán para atreverse a sabotear nuestra norma básica. Nuestro sistema da la palabra última en la materia al Tribunal Constitucional, y sinceramente, a la vista de los hechos, flaquea cada vez más mi esperanza de que sea dicha institución la que frene el sabotaje constitucional ejecutado por el gobierno.